Desde la producción agrícola inicial hasta el consumo final en los hogares, un tercio de los alimentos producidos en el mundo para el consumo humano se desaprovecha o se convierte en residuo cada año. Este despilfarro de alimentos implica pérdidas económicas en cuanto a los recursos empleados en su producción (tierra, agua, energía, etc.), conllevando además innecesarias emisiones de CO2 y otros gases con efecto invernadero. Por ello, los residuos alimentarios que se generan suponen un importante problema a nivel global, no sólo por razones económicas sino también medioambientales.

Una alternativa para minimizar la cantidad de residuos que son enviados al vertedero es su empleo como materia prima en procesos de transformación que permitan obtención de productos de valor añadido. En concreto, una de las posibles opciones para la revalorización de los residuos orgánicos que contengan carbohidratos es emplearlos como sustrato para la obtención de biocombustibles tales como el bioetanol o el biobutanol. Estos combustibles suponen una alternativa renovable al empleo de combustibles fósiles, siendo de gran interés el desarrollo de procesos que permitan su obtención a partir de materiales residuales como los que aquí se plantean.